



El final había comenzado. Desnuda frente a su vergüenza, recorrió el camino de vuelta. Prendió la luz y caminó descalza, en círculos perfectos, sin dejar de observarse.
Una y otra vez se buscaba, miraba su pelo, contaba sus lunares y se mordía los dientes, que repentinamente empezaron a llorar de alegría.
No había forma. No podía volver. Ya era otra. Buscaba entre sus ropas, sus zapatos y maquillajes pero no había caso. Había desaparecido de su cuerpo.
El reflejo devolvía otra persona, otros rasgos, sin recuerdos de aquella vacía sonrisa de cristal helado. Esa sonrisa de lagrimas secas que aguantó por tres largos años de plásticos derretidos y párpados caídos.
Nada de todo eso le pertenecía ya.
Era una mujer nueva y estaba dispuesta a enfrentar lo que eso significaba.
Pero, ¿Qué significaba?.
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